La tarde del domingo nos ofreció al mejor Liverpool de toda la temporada, tan rotundo y simple como eso. Frente a los Reds, un Sunderland que, o bien no estuvo fino por un mal partido, o es que los de Benítez no les dieron opción. La clave del éxito se fraguó en las modificaciones al once inicial del Liverpool, con Gerrard en el centro del campo junto a Mascherano, Babel en la banda izquierda, Maxi por la derecha y Kuyt y Torres en punta de ataque. El ritmo de balón fue la clave, con abundante primer toque y una clarividencia asombrosa a la hora de descongestionar el juego. Mascherano estuvo soberbio en, prácticamente, todas las facetas del juego, con un despliegue de juego que me ha sorprendido. No soy muy devoto del argentino, y aunque reconozco su evidente talento defensivo, creo que la pareja que forma con Leiva es perjudicial para el Liverpool. Sinceramente lo prefiero mucho antes que al brasileño, pero, en todo caso, nunca juntos. Sin embargo, el centro del campo funcionó como un reloj suizo durante casi todo el encuentro, con un Gerrard que se multiplicaba y un Kuyt que cada día me gusta más, ayudando en la salida del balón y enlazando con el resto de atacantes.
Pero ahora lo serio: Fernando Torres. Increíble el golazo que se ha sacado de la chistera. Le encanta esa jugada, recibir el balón escorado, fintar hacia el pico del área y buscar la escuadra larga de la portería rival. No lo voy a describir más, simplemente hay que verlo, y no es el primero que marca de esa guisa. Obsérvese el gesto de Kuyt tras él, como diciendo "menudo golazo te acabas de inventar". El segundo gol del madrileño es otra demostración de sangre fría. Da sensación de facilidad a una acción en la que a muchos jugadores les tiemblan las piernas. Entre medias de ambos goles, un zurdazo de Johnson que toca ligeramente en un defensa y se cuela para hacer el segundo de la tarde. Bastante bien los laterales, por cierto, tanto Insúa como Johnson. Además, no quiero olvidarme de Agger, que ha cuajado un grandísimo partido, con numerosas jugadas de conducción e incorporación al ataque, avanzando metros al estilo del mítico Beckenbauer, como un cuchillo en mantequilla. Y en este caso, la mantequilla fue un Sunderland que pareció llegar dispuesto a contribuir al espectáculo.